Salimos de madrugada, a toda prisa sin que nadie nos viera. Noche cerrada sin luna ni estrellas; un frío de pingüinos, humedad y relámpagos. Soledad la diosa, propuso ir hacia las islas galápagos, ilusionada con ver a las tortugas mas grandes y antiguas del planeta.
Pero al final acabamos en la isla de Capri, buceando entre los corales, las medusas y las manta rayas de coca asesinas, una experiencia surrealista, dentro de un acuario parecido mas a una discoteca que a un ecosistema natural.
Aquel mismo día que llegamos se declaró el toque de queda en la isla. El hotel donde permanecimos encerrados todo el tiempo que duraron nuestras vacaciones; era una cárcel que disponía de todos los servicios para pasar una temporada lo mas placentera posible, piscina climatizada, aguas termales, salas de masaje, un gimnasio última generación, vídeo juegos, música en vivo, un casino y un restaurante chino.
Sin embargo nosotros, no salimos de la habitación ni un solo momento durante toda la semana que estuvimos allí; ella reprochándome el no haber ido a las galápagos, y yo tumbado en la cama, diciéndole que las tortugas pueden esperar, que si viven mas de doscientos años seguro pueden esperar.
Al despertar días después de vuelta en casa, una mañana nublada de domingo, decidimos visitar las galápagos, planificar con mas tiempo nuestras próximas vacaciones. Lo bueno de Capri, fueron las medusas y las manta rayas, porque mientras estuvimos allí encerrados en el hotel, hicieron mas placentero el infierno, al menos para mi.
domingo, 8 de marzo de 2009
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